Ogros en los Bares

Cruzo la puerta hacia el infierno, una noche santa, descuidada, pero importante para las gentes. A la izquierda, el señor vicio me saluda, me dá sus correspondientes besos fríos acompañados de un "¿hola que tal estas?" aún más oscuro. Mi respuesta es corta, sencilla, con precisión. Camino entre el humo del habitáculo, hacia la barra, ésta me espera como un perro con la baba caida muerto de hambre esperando su comida. Ahí estoy, dispuesta a saciar mi sed, esperando que llegue la hora de la verdad. Otro señor vicio me vé desde la puerta de atrás, se acerca con cautela, silencioso, pero con ganas de hablar conmigo, de introducirse conmigo en el oscuro misterio del líquido maldito. Yo doy pié a eso, por supuesto, como siempre, sin perder la constumbre. En el habitáculo, todos son bienvenidos, nadie está excluido, esa es la libertad de los vicios, ninguno queda fuera, todos están integrados.
Me dispongo a conversar con todos, intercambio información, no sirve para nada, pero es especial en esos momentos. Dos horas no más, el habitáculo es asfixiante, tengo que salir, tomar aire. Salgo, me muevo, ando, me cruzo con caras demacradas y dañadas, tristes y fantasiosas, un mundo de fantasia, ogros, personajes carnívoros, su especialidad la carne humnana, y las hadas por supuesto.
Estas féminas inocentes, sensibles, bajan la guardia y el intercambio de fluidos comienza.

Empieza el gran festin, únase el que ansie lo bohemio.